¿Os habéis preguntado alguna vez
qué ocurre con
todos esos poemas
escritos por ese
tipo de gente
que no deja que
nadie los lea?
Quizás son
demasiado privados y personales.
Quizás no son lo
bastante buenos.
Quizás la
perspectiva de que
la expresión más
sincera
pueda llegar
a verse
como algo
torpe,
frívolo,
trillado,
sentimental,
pretencioso,
almibarado,
poco original,
tonto,
aburrido,
recargado,
confuso,
absurdo o
simplemente
lamentable
es suficiente para
que
cualquier
aspirante a poeta
decida ocultar su
obra
para siempre.
Naturalmente,
muchos poemas terminan
destruidos
inmediatamente,
quemados, hechos
trizas,
arrojados al
vater.
Alguna que otra
vez han acabado
doblados bajo
algún
mueble inestable,
para evitar que
cojee (o sea que de hecho han acabado siendo bastante útiles).
Otros encuentran,
su escondite
detrás
de un ladrillo
suelto de una
tubería
o acaban
herméticamente
cerrados tras
la tapa de un
viejo despertador
o
entre las páginas
de un libro
recóndito
que seguramente
nadie llegará
a abrir jamás.
Puede que alguien
llegue a
encontrarlos algún día,
pero también
puede que no.
La verdad es que
la poesía que nadie
ha leído estará
casi siempre
condenada
a acabar en un
vasto río invisible de residuos
que sale de la
periferia.
Bueno, casi
siempre...
(Shaun Tan,
Cuentos de la periferia, 2008)