martes, 21 de septiembre de 2010

Dios es un viejo cerdo

Vivíamos en el campo, yo iba a la escuela, y, detalle importante,dormía en la misma habitación que mis padres. Por la noche, mi padre acostumbraba a leerle en voz alta a mi madre. Aunque era presbítero, leía de todo, pensando, sin duda, que, dada mi edad, no estaba en situación de comprender. Por lo general yo no escuchaba y me dormía, salvo si se trataba de un relato apasionante. Una noche agucé el oído. Se trataba, en una biografía de Rasputín, de la escena en que el padre, en su lecho de muerte, llama a su hijo para decirle: "Ve a San Petersburgo, aduéñate de la ciudad, no te detengas ante nada y no le temas a nadie, pues Dios es un viejo cerdo". Tamaña enormidad en boca de mi padre, para quien el sacerdocio no era una broma, me impresionó tanto como un incendio o un terremoto. Pero también recuerdo con claridad -y de ello hace ya cincuenta años- que a mi emoción siguió un extraño placer que no me atrevo a llamar perverso. Ciorán.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Narraciones de oriente

Cuando leermos, nos invade constantemente el mismo sentimiento nostálgico de envidia. ¡Esta gente tiene tiempo! ¡Grandes cantidades de tiempo!¡Pueden pasarse todo un día o toda una noche imaginando una nueva metáfora para la belleza de una mujer hermosa o para la infamia de un malvado! Y cuando una historia empezaba al mediodía sólo ha llegado a la mitad cuando se hace de noche, los oyentes se acuestan tranquilamente, rezan sus plegarias y buscan el sueño dando gracias a Alá, porque mañana será otro día. Son millonarios de tiempo; es corno si lo sacasen de un pozo sin fondo, sin dar importancia a la pérdida de una hora, de un día, de una semana. Y cuando leemos aquellas extrañas fábulas e historias interminables y entretejidas, también nosotros nos sentirnos invadidos por una extraña paciencia y no desearnos que llegue el final, porque hemos entrado momentáneamente en la gran magia ... La diosa de la ociosidad nos ha tocado con su varita mágica. Hermann Hesse.