martes, 21 de septiembre de 2010

Dios es un viejo cerdo

Vivíamos en el campo, yo iba a la escuela, y, detalle importante,dormía en la misma habitación que mis padres. Por la noche, mi padre acostumbraba a leerle en voz alta a mi madre. Aunque era presbítero, leía de todo, pensando, sin duda, que, dada mi edad, no estaba en situación de comprender. Por lo general yo no escuchaba y me dormía, salvo si se trataba de un relato apasionante. Una noche agucé el oído. Se trataba, en una biografía de Rasputín, de la escena en que el padre, en su lecho de muerte, llama a su hijo para decirle: "Ve a San Petersburgo, aduéñate de la ciudad, no te detengas ante nada y no le temas a nadie, pues Dios es un viejo cerdo". Tamaña enormidad en boca de mi padre, para quien el sacerdocio no era una broma, me impresionó tanto como un incendio o un terremoto. Pero también recuerdo con claridad -y de ello hace ya cincuenta años- que a mi emoción siguió un extraño placer que no me atrevo a llamar perverso. Ciorán.

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