jueves, 25 de abril de 2013

Gatica


Decían que Luchito era medio raro, con esas manos de terciopelo que le sacaba música a dos piedras y con su voz arrebataba el alma de las mujeres, grandes y chicas, que no dejaban de suspirar cuando él les susurraba “Perhaps, perhaps, perhaps…” Como el hambre, aumentaba el número de admiradoras populares que se reunían en la concha acústica para intercambiar tapitas de Donny Brooke y envolturas de cigarrillo Style, para canjear sus fotos.

                Luchito había llegado en un tren de la división del Sur, arrastrando su pasado en el asfalto dejando líneas como partituras oxidadas de la ciudad. Era un bálsamo terso ese Luchito, para suavizar palabras e instalarse en los pisos de damas enamoradas de las artes y las joyas. Cada noche lo escuchaba sacándole sonidos al viento roto, haciendo crujir techos y soportes, sobre el silencio de mi habitación 102.

Una noche extraviada en la aventura de mi insomnio, tiré mis revistas al suelo y enarbolé la tapia para instalarme frente a su ventana callejuelada de muy buena gana. Pero en realidad, Luchito, nunca fue imagen, porque era un hombre bajito de pelo liso con cara de escolar de escuela pública. Solamente su voz lo reconstruía para las mujeres, grandes y chicas, que lo soñaban a media luz, en la penumbra de sus piezas marmoleadas, en ése vallecito provincial que dormía la siesta con la radio prendida.

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