Alucinados. En la intemperie. Se deshacen de las prendas. El
pulso, desbocado. Silenciosas mareas de calor golpean el borde de los cuerpos. Fijada
la mirada en el otro, se reflejan, sumergiéndose en el sueño, discontinuo, del
deseo.
Los cordones, los zapatos, las medias, la correa, el beso,
la blusa, el sostén, los pantalones. Como extraños objetos de la imaginación,
se estructuran, se engranan, se convierten, liberándose del peso, padeciendo el
temerario movimiento del corazón que, insensato, comienza un viaje incierto.
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